martes, 27 de diciembre de 2016

Joder

JODER
            Hace tiempo ya que debía de haberme sacudido el polvo que cubría mi cuerpo por completo. Pero ahora, adherido por defecto y durante años a esa dinámica autodestructiva, me iba a costar deshacerme de los parásitos que me rondaban sin descanso, para lograr apartar toda rémora que pudiera impedirme iniciar una nueva vida. Cómo explicarle a la zorra enfermiza de Alicia que ya no deseaba sus improvisadas felaciones en los lavabos de cualquier antro, cosa ésta que antes me ponía cachondo de veras, pero de la que también estaba decidido a prescindir. La última vez ni siquiera se me empinó el pijo por mucho que ella se esforzara, tenía la cabeza hecha una madeja y mi apetito sexual había desaparecido. Y cuando me insinuó que se lo haría allí mismo con otro hombre, a sabiendas de que aquello me enervaba hasta el punto de cogerla por la fuerza y violarla como a ella le gustaba, ni me digné a responderle, sólo la miré con hastío y le indiqué con un movimiento de cabeza al tipo del rincón, uno que la observaba como la rapaz a su presa y que advertí se relamía dispuesto a pescar en aquel río, a todas luces revuelto. Ella entonces se dirigió hacia aquel hombre tan resuelta como siempre, le susurró algo al oído y se lo llevó a los aseos. Yo aproveché entonces su ausencia para marcharme de allí.
 Cómo decirle al patán de Javier que no quiero volver a verlo nunca más, que ya estaba harto de costearle sus muchos vicios y que nada tenía que ver con el hecho de que se acostara con Alicia. Que conocía sus escarceos desde siempre porque ella me los contaba, en principio para torturarme, luego para desahogarse. Nunca supo mantener la boca cerrada, en ningún sentido. Y aunque no podría jamás tener la certeza de que me contaba la verdad, estaba en cierto modo seguro de que lo hacía. Aunque solo fuera por los detalles imposibles de inventar, que añadía siempre a sus relatos y hazañas en alcobas desconocidas, o en los lavabos de una discoteca, o en el asiento de cualquier coche, o en el recoveco de algún oscuro callejón, que Alicia se daba a gozar poniendo a los hombres en un brete, y como ninguno se resistía... El iluso de Javier todavía cree después de tres años que soy un cornudo ignorante, y que algún día, por la amistad que él cree nos une y por el dinero que me debe, se verá muy a su pesar en la obligación de contármelo todo. Le escribiré una carta de despedida y le ahorraré ese disgusto, de todas formas nunca iba a encontrar el valor necesario para consumar esa sinceridad de la que tanto alardea y por lo que todo el mundo deduce que en realidad es un mentiroso incorregible. La misma carta le pienso enviar a Gerardo, que también se mete en la cama con Alicia cuando a ella le viene en gana, y que son muchas veces, pero bastantes menos de lo que a él le gustaría. Sé que se va a sorprender cuando la lea, pero pensar que ahora tendrá vía libre para llevar a cabo sus pretensiones de tener a Alicia para él solo, cosa del todo incierta, lo va a alegrar, lo sé. Luego que se lleve el chasco, cuando le proponga una relación más formal. Una que implique el irse a vivir juntos y la fidelidad y todo eso. Ella lo rechazará no falta de sorna, con un desprecio que lo hundirá en la mierda. Así es Alicia, tan imprevisible para todos, como predecible para mí. Tan caliente en ocasiones, como frígida cuando se lo propone.
Ya no tendré que soportar más a Victoria, siempre alertándome cuando se emborracha, de que su amiga del alma, la guapísima Alicia, se acuesta con todo el mundo y me engaña con el primero que pilla. Siempre anteponiendo que es su amiga de toda la vida, pero que yo no merezco lo que me hace, porque soy un tío estupendo y además rico, y podía tener a la tía que quisiera comiendo de mi mano, por no decir otra cosa. Pero por muy deslenguada que se pone cuando bebe, nunca me ha dicho que también se lo hace con ella cuando les viene a ambas la nostalgia de su juventud, de aquellas noches de estudio en las que experimentaban el sexo lésbico entre lección y lección. A victoria le escribiré diciendo que también lo sabía, desde el primer momento, pero que no sufra ni se sienta en deuda conmigo, que esa noche de lujuria y placer que por respeto a Alicia siempre dejamos para otra ocasión, seguirá pendiente, eternamente pendiente.
            ¿Pero y Armando, qué le digo a Armando? Él es el único hombre honesto que conozco, la única persona cabal, un ingenuo que vive enamorado de Alicia y que tuvo además los santos cojones de venir a contarme que se había acostado con ella. La tercera vez, claro, que las dos anteriores y todas las que vinieron después se las calló. Por no herirme, supongo. Pero se le notaba tanto cada vez que lo hacía… Y no porque yo lo supiera, pues Alicia me daba cumplida cuenta un rato después, sino porque tardaba unos cinco o seis días en retomar la confianza conmigo, y me hablaba como a un desconocido al que no deseas molestar por nada del mundo. Hasta llegar a adularme incluso.
            ¿Y a Manuela qué le digo? La verdad es que no sé porque tendría que decirle nada. Ni a ella ni a nadie. ¡Qué cojones! No tengo por qué dar cuentas y aquí estoy: sentado en un taxi camino del aeropuerto y dándole vueltas a estas meditadas justificaciones. Qué se joda Manuela, qué se joda Alicia y qué se joda todo el mundo. De todas formas, tiene hasta gracia, van a seguir jodiéndose todos unos a otros cuando yo no esté. No, mejor aún, van a joder a sus anchas. La única que va a sufrir mi ausencia será Alicia, que ya no podrá contar a su pareja la retahíla inacabable de infidelidades. Bueno, la verdad es que cuando sepan mañana que además de irme he vendido la empresa y que van a ir todos a la puta calle… Me van a maldecir durante meses. Qué se jodan, qué se jodan todos. Y si no que intenten comprar la voluntad del nuevo propietario, quién sabe, a lo mejor a don Camilo, a sus setenta y pico años no le viene mal un poco de agitación y se deja persuadir por Alicia. Desde luego, nadie como ella para despertar el morbo, el deseo y la lascivia. Conoce a un hombre con sólo mirarlo unos segundos, o tal vez tiene razón cuando dice que somos todos iguales, que pensamos más con la cabeza de abajo, la cual alberga, según ella, una única neurona, programada para un solo trabajo. No, no es por eso, de sobra sabía ella que no bastaría con abrirse de piernas para conquistarse al jefe, o sea yo. No, eso le habría valido nada más que la primera vez. Y con menos hubiera tenido, con una simple insinuación, porque Alicia no sólo es guapa a rabiar, además tiene un cuerpazo que sabe contonear con un garbo tan natural que parece estudiado. Unos pechos exuberantes que me obligaron a tragar saliva la primera vez que me los ofreció. Sus piernas son increíbles, no duda en cruzarlas cada vez que observa a un hombre mirárselas, normalmente el tipo eleva la vista y se encuentra con esa mirada sensual que te invita y te reta. Pero su risa… Cuando ríe a carcajadas por un chiste obsceno o un comentario picante, Armando se corre de gusto. Debo reconocer que no hay cosa que me excite más que verla reír, todo se le puede perdonar, solo me invade un deseo irrefrenable de hacerle el amor, no puedo evitarlo, mucho más cuando tengo plena seguridad de que en ese preciso instante, todos los hombres que puedan hallarse a su alrededor están rabiosos por llevarse a la cama a la ardiente y siempre dispuesta Alicia. Y por eso, por darme una satisfacción y henchirme de soberbia, suelo agarrarla por la cintura cuando ella se desternilla de risa, para que todos me envidien. Y es que la envidia ajena cuando tengo a Alicia entre mis brazos me proporciona una sensación impagable, lo confieso. Y unas erecciones que no tienen nombre. Y cuando delante de todo el mundo le propongo un polvo fugaz, y ella en vez de poner reparos se deja llevar otorgándome una sutilidad que no tengo, conteniendo la respiración y mordiéndose un labio, para a continuación exhibir sin pudor el deseo de ser poseída. Me da la impresión, se excusara a veces con todos los presentes, comunicando sin palabras algo así como: me lo haría con cualquiera de vosotros, sabéis que no sé decir que no, pero “él” siempre será el primero. Entonces es cuando la penetro brutalmente y en segundos ambos alcanzamos el clímax, el éxtasis puro. Sólo yo por mi forma de tratarla, de dominarla, consigo satisfacerla, o cuando menos le procuro unos buenos orgasmos la mayoría de las veces, porque satisfecha, lo que se puede llamar verdaderamente satisfecha, no lo está nunca. Es insaciable, una ninfa traviesa a la que todos desean y codician. Y yo, que puedo yacer con ella siempre que me apetece ¿voy a renunciar a ello dejándola perder, como el que se deshace de un coche viejo? Eso añadido a que no he tenido ni tendré una secretaria más eficiente, ni más complaciente.  En los años que llevo con ella no he oído la palabra no en boca de un cliente. Y si alguno vacila lo más mínimo a la hora de llegar a un acuerdo, ya está ella presta a disipar esas dudas y en unos minutos se lo lleva al huerto. ¡Dios, cómo me pone esa manera suya de serme infiel! Descarada al principio, luego viene a implorar mi innecesario perdón con sus falsos pucheros de niña mala, jugamos a reconciliarnos fornicando como descosidos y aquí no ha pasado nada. ¡Dios, cómo me pone esa mujer! Ya la estoy echando de menos y hace nada más que un rato la dejé dormidita en su cama. En “su” cama… Cómo me pone esa mujer, cómo me pongo de cachondo con tan sólo pensar en ella.
Creo que el taxista se ha dado cuenta de algo, porque desde hace un rato no para de lanzarme miradas furtivas a través del espejo retrovisor. Soy, y siempre he sido una persona muy expresiva, lo sé, me lo han dicho muchas veces, es algo innegable. Se me da muy mal mentir y peor disimular, soy incapaz de velar una contrariedad, de ocultar un pequeño disgusto,  menos aún de contenerme expresar lo que verdaderamente siento, lo que de verdad anhelo y deseo. Seguro que llevo un rato resoplando y suspirando sin querer, por eso el conductor ha advertido este estado de ansiedad. De pronto tengo que aceptar lo mucho que me atormenta. Ya sé lo que haré: vuelvo, entro con sigilo en su cuarto, me la follo por última vez y me voy. Solo una vez más, el último polvo. O mejor: paso el día entero con ella sin salir de la cama y luego me voy. Cuando ya no pueda más de verdad, cuando quede exhausto de tanto tirármela, tanto como para aborrecerla de verdad. Entonces me iré para siempre. Aunque estoy pensando en pasar después por casa de Victoria para que saldemos la deuda que tenemos pendiente, eso contando con que me queden fuerzas y ganas todavía, que no sé, después de una sesión loca con Alicia… ¡Dios! La imagino despegando los párpados con dificultad por el sueño, gimiendo desconcertada mientras yo busco su sexo, desesperado por hacerle el amor una vez más, una más, la última. Joder, cómo me mira ahora el taxista. Joder. Cómo se me deben notar las ganas que tengo de… ¡Joder! Eso, de joder, de joder…
¡Chófer, dé media vuelta, de media vuelta ahora mismo!
Yo me doy media vuelta ahora mismo, Paco, pero para seguir durmiendo. Son las tres de la mañana y te toca darle el biberón a tu hija. Yo también tengo que madrugar.               
               Joder.

            Y el joder ya ves lo que trae.

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