NADA
Nada en Villa Ignota hacía
presagiar, que todo podría cambiar de la noche a la mañana. Nada, porque en nada
difería la vida de los habitantes de aquel pueblo, de la que pudieran mantener
en cualquier otra ciudad del planeta, pues como a todo el mundo, les habían
robado la esperanza. Sus gentes parecían almas en pena vagando por las calles,
silenciosos, temerosos, agobiados, angustiados, tensos...más que caminar
arrastraban sus cuerpos, despegaban los pies del suelo cual si estuviera
alquitranado, eso si, siempre cuidando de no tocar, o tropezar con otra
persona. En villa ignota no había color, o por mejor decir, solo existía uno.
El asfalto era gris, las aceras eran grises, las fachadas también eran grises,
por supuesto, hasta cielo era gris. El sol se insinuaba velado por una nube
grisácea e infinita, por eso sus rayos jamás acariciaban la blanca piel de
aquellas gentes, que a veces, elevaban sus ojos tristes para buscar aquel
trampantojo de tímida luz. Suspiraban al recordar tiempos pasados y de vez en
cuando, cruzaban sus miradas por buscar un poco de esperanza en el semblante de
otro, un rostro afable al fin, una sonrisa. Pero eso ya no sucedía, pensaban
todos los habitantes de aquel pueblo, ni llegaría a suceder jamás, se decían
resignados. Y continuaban monótonos su existencia, hastiados de aquella vida
sórdida, sin esperanza. Hasta que de
repente una mañana, un imponente automóvil llegó a la plaza mayor, efectuó un
giro completo y se detuvo en el centro. Era azul oscuro y tenía los cristales
tintados, todos quedaron maravillados, absortos, pues no era de color gris.
Entonces el conductor se caló una gorra negra de plato, salió del coche y abrió
la puerta para que todos pudieran ver emerger de su interior, a un señor
elegante que se apeó con aire afectado y a todos comenzó a observar sonriente.
El chofer subió de nuevo al vehículo y se fue dejando solo allí a aquel hombre,
en mitad de la plaza. La gente se arremolinaba en torno, cada vez llegaban más
y más vecinos, el murmullo se convertía en barullo, todos dejaban sus
quehaceres por ir a ver qué pasaba, y al llegar a verlo, nadie sabía que
pensar. Quien era ese hombre, qué podía desear, qué hacía allí, a qué había
venido, se preguntaban ansiosos, expectantes. De pronto, un suave y cálido
sonido inundó el ambiente ¡Música! Exclamó alguien con voz trémula ¡Cuanto
tiempo sin escucharla! algunos más jóvenes ni siquiera la conocían, ignoraban
qué podía ser aquello que a sus oídos llegaba. Después, muy lentamente el cielo
se fue tornado azul y el sol, también muy despacio, comenzó a brillar poco a
poco hasta que su luz se volvió deslumbrante, cegadora. El celeste espectáculo
se reflejaba en los cristales de las ventanas, las paredes cobraron vida, la
gente se sintió excitada. El uno tragó saliva anhelante, la otra profirió una
exhalación de placer, aquel emitió un leve gruñido de satisfacción y entonces,
todos quedaron contemplando a ese hombre sin atreverse a pronunciar palabra,
mudos, incrédulos, abducidos, presas de aquel poder divino. Sobrecogidos, cuando
el hombre se atusó la corbata azul y elevó sus brazos en un gesto triunfal,
estudiado, como solo un verdadero líder lo haría.
-Yo os traigo el bienestar, la
seguridad, la tranquilidad...- Dijo el hombre aquel aplastando su enorme
papada, a la par su barriguilla ascendía con cada frase.-...yo conozco la
felicidad, los deleites, el gozo, lo dulce y lo sabroso. Yo vengo a traeros la
ausencia de todo dolor y preocupación, el mas placentero estado. Yo se dar
gusto a mis sentidos, yo conozco el éxtasis, he vivido en frenesí y se de algo
aun mejor: el brillo fulgurante del dinero...- Se interrumpió al murmullo de
aprobación de aquellas agitadas gentes, la plaza fue un clamor.
- Y todo está al alcance de vuestras manos, podéis tocarlo si queréis,
todo depende de vosotros. Todo puede ser vuestro. Queréis tocarlo, lo sé, pero
¿os atreveríais a acariciarlo, acaso? Ya nunca más os tendríais que preocupar
por nada, pensadlo, porque yo me haría cargo de todo, de todo. -Repitió el
hombre aquel y elevó sus cejas con una sonrisa estudiada y cómplice, falsa.
Tan falsa que todos los habitantes de villa ignota comenzaron a mirarse
entre sí, por buscar uno que pudiera contradecir a aquel hombre. Pero nadie
dijo nada y por eso, todos acabaron creyendo a ese hombre.
-Yo conozco el calor, el color, la alegría...
-¿Y que debemos hacer para conseguirlo todo?- osó intervenir una voz
ansiosa.
-Es muy sencillo, tendríais que entregármelo todo, para no tener nada y
de nada tener que preocuparse. Nada será vuestro, pero todo estará ahí para
tomarlo.
-¿Todo?- musitó alguien tímidamente.
- Todo...a cambio de nada.