martes, 30 de octubre de 2012

Nada


NADA

            Nada en Villa Ignota hacía presagiar, que todo podría cambiar de la noche a la mañana. Nada, porque en nada difería la vida de los habitantes de aquel pueblo, de la que pudieran mantener en cualquier otra ciudad del planeta, pues como a todo el mundo, les habían robado la esperanza. Sus gentes parecían almas en pena vagando por las calles, silenciosos, temerosos, agobiados, angustiados, tensos...más que caminar arrastraban sus cuerpos, despegaban los pies del suelo cual si estuviera alquitranado, eso si, siempre cuidando de no tocar, o tropezar con otra persona. En villa ignota no había color, o por mejor decir, solo existía uno. El asfalto era gris, las aceras eran grises, las fachadas también eran grises, por supuesto, hasta cielo era gris. El sol se insinuaba velado por una nube grisácea e infinita, por eso sus rayos jamás acariciaban la blanca piel de aquellas gentes, que a veces, elevaban sus ojos tristes para buscar aquel trampantojo de tímida luz. Suspiraban al recordar tiempos pasados y de vez en cuando, cruzaban sus miradas por buscar un poco de esperanza en el semblante de otro, un rostro afable al fin, una sonrisa. Pero eso ya no sucedía, pensaban todos los habitantes de aquel pueblo, ni llegaría a suceder jamás, se decían resignados. Y continuaban monótonos su existencia, hastiados de aquella vida sórdida, sin esperanza.  Hasta que de repente una mañana, un imponente automóvil llegó a la plaza mayor, efectuó un giro completo y se detuvo en el centro. Era azul oscuro y tenía los cristales tintados, todos quedaron maravillados, absortos, pues no era de color gris. Entonces el conductor se caló una gorra negra de plato, salió del coche y abrió la puerta para que todos pudieran ver emerger de su interior, a un señor elegante que se apeó con aire afectado y a todos comenzó a observar sonriente. El chofer subió de nuevo al vehículo y se fue dejando solo allí a aquel hombre, en mitad de la plaza. La gente se arremolinaba en torno, cada vez llegaban más y más vecinos, el murmullo se convertía en barullo, todos dejaban sus quehaceres por ir a ver qué pasaba, y al llegar a verlo, nadie sabía que pensar. Quien era ese hombre, qué podía desear, qué hacía allí, a qué había venido, se preguntaban ansiosos, expectantes. De pronto, un suave y cálido sonido inundó el ambiente ¡Música! Exclamó alguien con voz trémula ¡Cuanto tiempo sin escucharla! algunos más jóvenes ni siquiera la conocían, ignoraban qué podía ser aquello que a sus oídos llegaba. Después, muy lentamente el cielo se fue tornado azul y el sol, también muy despacio, comenzó a brillar poco a poco hasta que su luz se volvió deslumbrante, cegadora. El celeste espectáculo se reflejaba en los cristales de las ventanas, las paredes cobraron vida, la gente se sintió excitada. El uno tragó saliva anhelante, la otra profirió una exhalación de placer, aquel emitió un leve gruñido de satisfacción y entonces, todos quedaron contemplando a ese hombre sin atreverse a pronunciar palabra, mudos, incrédulos, abducidos, presas de aquel poder divino. Sobrecogidos, cuando el hombre se atusó la corbata azul y elevó sus brazos en un gesto triunfal, estudiado, como solo un verdadero líder lo haría.
            -Yo os traigo el bienestar, la seguridad, la tranquilidad...- Dijo el hombre aquel aplastando su enorme papada, a la par su barriguilla ascendía con cada frase.-...yo conozco la felicidad, los deleites, el gozo, lo dulce y lo sabroso. Yo vengo a traeros la ausencia de todo dolor y preocupación, el mas placentero estado. Yo se dar gusto a mis sentidos, yo conozco el éxtasis, he vivido en frenesí y se de algo aun mejor: el brillo fulgurante del dinero...- Se interrumpió al murmullo de aprobación de aquellas agitadas gentes, la plaza fue un clamor.
- Y todo está al alcance de vuestras manos, podéis tocarlo si queréis, todo depende de vosotros. Todo puede ser vuestro. Queréis tocarlo, lo sé, pero ¿os atreveríais a acariciarlo, acaso? Ya nunca más os tendríais que preocupar por nada, pensadlo, porque yo me haría cargo de todo, de todo. -Repitió el hombre aquel y elevó sus cejas con una sonrisa estudiada y cómplice, falsa.
Tan falsa que todos los habitantes de villa ignota comenzaron a mirarse entre sí, por buscar uno que pudiera contradecir a aquel hombre. Pero nadie dijo nada y por eso, todos acabaron creyendo a ese hombre.
-Yo conozco el calor, el color, la alegría...
-¿Y que debemos hacer para conseguirlo todo?- osó intervenir una voz ansiosa.
-Es muy sencillo, tendríais que entregármelo todo, para no tener nada y de nada tener que preocuparse. Nada será vuestro, pero todo estará ahí para tomarlo.
-¿Todo?- musitó alguien tímidamente.
- Todo...a cambio de nada.