miércoles, 22 de febrero de 2017

The Hawlbaicin, el origen

     Hawlbaycin, Garnatix. Año 2072.

En una fría mañana del mes de febrero, un grupo de estudiantes australianos es perseguido por otro de chinos, en una visita ilustrativa de lo que un tiempo atrás fuera el barrio del Albayzín, hoy en día transformado en ese lugar de ocio que la humanidad requiere y precisa. Los últimos clientes salen del Casino de Zafra, un antiguo convento, bastante beodos de güisqui, uno de ellos se dispone a orinar contra el primer derribo que encuentra, que está justo al lado. Los chicos australianos que lo ven mear se sonríen, las chicas, de no más de dieciséis años, corren escandalizadas. Pero como las chinas, más alejadas ellas, retroceden en un acto reflejo, son atropelladas por la silenciosa e inteligente lanzadera que venía por detrás, que la máquina no ha advertido la repentina mudanza. El meón se la sacude presto al observar el trágico accidente, se siente culpable, por eso se cuela con sus amigotes por la primera callejuela que pillan, que como todo el mundo sabe, por cualquiera de ellas te pierdes en las ruinas. Los estudiantes chinos gritan para pedir ayuda, pero en la Carrera del Darro todos los hoteles están herméticamente insonorizados a causa de las habituales noches de jolgorio. Tampoco viajaba ningún residente en el vehículo lanzadera, ya no existen, así que nadie puede echar una mano a estos accidentados muchachos. Los australianos corren entonces hacia delante por ver si encuentran alguien que los ayude, pero todo está desierto a esa hora temprana, incluso en el Paseo de los Guiris o Paseo de los Tontos, antigua y popularmente conocido como Paseo de los Tristes. Y como perciben que de pronto los gritos de los estudiantes chinos ya casi no se escuchan, continúan su ruta sin querer y se suben ordenadamente a la escalera mecánica que los ascienden por la antigua Cuesta del Chapiz, tienen entradas para ver las ruinas de un viejo y hermoso colegio, visita obligada para todo estudio moderno y pedagógico sobre cómo iban al cole nuestros padres y abuelos. Entre tanto, tres chiquillas chinas son llevadas en brazos por sus compañeros, que desesperados, buscan un hospital. Otras siete de ellas parece que pueden hacerlo por su propio pie, menos mal. El cochecito de seis plazas queda varado sobre el piso, volcado junto al viejo acceso al ascensor, cuya obra provocó el derrumbe de la Sabika y media Alhambra. El piloto automático se ha bloqueado con el golpe, sus altavoces repiten sin cesar: help me, help me… En esto, unos pies negros que bajaban entre los escombros del Bañuelo con sus perros y sus flautas, se quedan parados al ver el chisme solicitando ayuda en inglés. ¿Tú sabes lo que dice el bicho?, pregunta uno. Pide ayuda, creo. ¿Y qué se hace en estos casos? ¡Joder, tío, te estás pasando con tantas preguntas! Fin de la conversación, siguen su camino al son de los ladridos de sus animales. Entonces un turista se asoma al balcón de su hotel y toda la juerga y el jaleo que sus amigos están formando en la habitación inunda de ruidos la calle entera, hasta en Plaza Nueva lo oye la máquina de la limpieza, que no está programada para interpretar este sonido, por lo que prosigue imperturbable con su tarea. El huésped del hotel, que viene a Granada a su propia despedida de casado, arroja la colilla del cigarro que fumaba contra la lanzadera que halla averiada y parlante debajo del balcón para intentar que cambie de discurso, y lo consigue, que de repente lo alterna con un: No smoking, no smoking…


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