miércoles, 22 de febrero de 2017

The Hawlbaicin 3

                                    ¿The Hawlbaicín, Garnatix? Nooo....

            ...Vecinos, sí, eran ellos de nuevo. Ya sea que hubieran vuelto o que siempre estuvieron ahí, comenzaron a sacudirse el polvo de los escombros, a mirarse entre sí y a preguntarse, qué había pasado. ¿Habían viajado en el tiempo, cual era la realidad, vivían en el futuro? Pero no había tiempo que perder en preguntas que nada resolverían, solo quedaba actuar, pasar a la acción, era inevitable defenderse de los enemigos del barrio. Aquellos que lo hallaron tan bonico, que la envidia y la necedad los condujo al deseo de poseerlo, de transformarlo y destruirlo...Y no, no lo permitirían. Por eso se organizaron y pasaron a ser un movimiento, un ejército de defensa que impidiera la toma del barrio, la conquista cruel de aquellos estúpidos invasores que solo buscaban sojuzgar y someter al pueblo. Y así, se conjuraron en silencio para hacer de cada casa un bastión inexpugnable.
            Hombres y mujeres, ancianos, niños, chicas, abuelos, jóvenes y mayores, bajaron con determinación a la Carrera del Darro, su río. El barrio había resurgido y morirían por él antes de dejarse avasallar por los tiranos. Y para ello, empezaron por atrincherarse en las entradas de las calles. Empujaron los varados Diablinex y formaron con ellos la primera de las barricadas, en Plaza Nueva. Doña Mae Telesfriend, única ocupa enemiga, abandonó el Casino de Zafra entre las feroces carcajadas de los habitantes, que la hicieron portadora de un mensaje que llevar a su gran jefe, Pepito Minaretes, y a sus hordas. Resistirían hasta la extenuación, hasta la muerte, no habría tregua. No más carromatos insolentes, ni ascensores, ni funiculares, ni obras aberrantes, y dejando marchar al heraldo, continuaron con su cometido.
            Algunos subieron a las partes altas para bloquear los accesos, cosa que hicieron con los coches de los guiris que hallaron mal aparcados en las pequeñas aceras. Después establecieron destacamentos vecinales, puestos de vigía, aseguraron puertas, atalayas, puentes, calles, y cuando todo estuvo al fin bajo su control, observaron que estaba amaneciendo y sin pensarlo siquiera, se sentaron a contemplar el nuevo día, en silencio. Se sentían fatigados por el esfuerzo, pero felices, sonrientes. Y con una sonrisa despidieron a la última estrella y saludaron al alba, Albaycín... No todo estaba perdido, no todo... 


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