domingo, 10 de septiembre de 2017

The Hawlbaicin 7



                        Florentia Iliberritana. 145 A.C.

            Jesús, el viajero del tiempo, degustaba ensimismado su bacalao con tomate al resguardo de la Cronociberfly, que invisible en la ribera del río, permitía gozar de una vigilancia segura y tranquila. Conocedor de la Historia, evaluaba los hechos ocurridos en la Hispania de entonces para determinar de qué modo podía afectarle, o si acaso, servirse de ello para llevar a cabo su secretísimo plan, tan secreto que ni él mismo lo sabía, porque la consigna era la improvisación, la misiva era seguir el dictado de su corazón y de su ilusión, sólo por el barrio. ¡No ni na!, se dijo a sí mismo. Elevó el mentón masticando un trozo de pan y pudo contemplar el más calmo de los crepúsculos, lentamente caía la noche más efímera del año y allá donde el río se perdía en los campos, el horizonte azafranado se tornaba rosáceo para confundirse con un celeste cada vez más oscuro. En los arrabales comenzaban a brillar las primeras lucernas, los nativos de la civitas se preparaban para sus ritos paganos, sus venerados Dioses Lares serían agasajados, se celebrarían juegos nocturnos en honor al hermano Sol y a la hermana Luna, arderían hogueras y nadie dormiría hasta el amanecer. Correrían los odres de vino de mano en mano, y la carne, y el jamón, y el queso, y los dulces. Habían traído para la ocasión, recién llegado desde Sexi y en exclusiva para los vecinos iliberritanos, salazones de pescado, boquerones y un exquisito garum. Pero el tirano de la urbe, Minaretix, no participaría de aquella fiesta, porque además de continuar recluido en su castro a causa del miedo, ni había ni hubiera sido invitado jamás. Y ésta era una circunstancia que divertía a Jesús, pero a la vez lo fastidiaba. Los gobernantes no son inaccesibles, se decía, sino prisioneros de sus propios temores. Por otra parte, contemplaba la situación histórica. El sur de la Península Ibérica andaba en constante agitación, el lusitano Viriato traía de cabeza a las legiones romanas, lo cual eclipsaba un asunto sin importancia como el de la rebelión que estaba teniendo lugar en Florentia Iliberritana. El nuevo cónsul, Quinto Fabio Máximo, se tomaría esa noticia como un contratiempo molesto y todo lo más, enviaría un manípulo de legionarios como guarnición y alivio de… ¡La mosca cojonera de ese sátrapa cagón de Minaretix! Imaginaba Jesús al romano en paños menores dando saltitos dentro de su tienda de campaña, tal vez en algún lugar entre Cástulo y Basti, mientras escuchaba el mensaje de boca del heraldo. Sonrió con sus divagaciones y decidió que aquella noche sería para disfrutarla en compañía de sus vecinos, después de todo, eran sus antepasados. Mañana habría tiempo, se dijo, para idear una estrategia. Después de todo, si estaba en el pasado era para intentar alterar el futuro y evitar si podía males y sufrimientos. Pero hoy estaba invitada toda la urbe, incluido él, y nadie se lo iba a perder. Nadie excepto el tirano Minaretix y su concejo de urracas y esbirros. Y su sibila, claro, la que no se nombra, la pérfida Friktáxtila. La bruja, la arpía, la víbora, la pécora, el bicho, de mil maneras llamaban a la malvada hechicera, excepto por su verdadero nombre. Intuyó el viajero el escollo que podía suponer esta innombrable mujer, sólo comparable a doña Mae Telesfriend.    

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